Hebreos 1:1-2

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quién constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.











23 de enero de 2011

Rockefeller


El millonario John D. Rockefeller consideraba una extravagancia gastar dinero en ropa. Sus vestidos le duraban mucho, y poco le importaba que su estilo este un poco pasado de moda.
En cierta ocasión, cuando estaba ya en el camino del éxito y era todavía joven, un amigo le insinuó que se comprara ropa nueva. –Si tu padre te viera con esa ropa, tendría vergüenza de ti. Recuerda lo bien que él vestía ― le dijo.
–Yo visto tan bien como mi padre –dijo John–, pues has de saber que, este traje que estoy usando, era de él.
Rockefeller tuvo mucho dinero, pero lo consiguió en base a esfuerzo, perseverancia e inteligencia; y así como él buscó el dinero en cada detalle de su vida hasta llegar a ser rico, nosotros que sabemos que en el cielo está el más grande tesoro, deberíamos buscar al Señor Jesús poniendo en ello todo nuestro empeño, nuestra capacidad y nuestra inteligencia, y hacerlo así como Rockefeller, con perseverancia, con esfuerzo, con disciplina y en cada detalle de nuestras vidas. Hallarle a él, es hallar un verdadero tesoro; un tesoro que puede estar compuesto de dinero, pero generalmente, está constituido de la felicidad y la paz que se siente al saber que le hemos hallado, que le conocemos y que nos ha preparado un futuro muy maravilloso; tal como dice en su palabra: “Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan. Las riquezas y la honra están conmigo; riquezas duraderas, y justicia. Mejor es mi fruto que el oro, y que el oro refinado; y mi rédito mejor que la plata escogida. Por vereda de justicia guiaré, por en medio de sendas de juicio, para hacer que los que me aman tengan su heredad, y que yo llene sus tesoros” Proverbios 8:17-21. ¡Qué gran tesoro tenemos en Jesús!

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